
▲ Fotograma de La rueda conoce mi nombre, del realizador Claudio Zilleruelo Acra
U
na melancolía chilanga. Una historia de desencuentros sentimentales en la Ciudad de México, urbe caótica, capital del anonimato. Los protagonistas de La rueda conoce mi nombre (2024), primer largometraje de ficción de Claudio Zilleruelo Acra, participan de esta indefinición y de ese desorden citadinos, no ostentan un nombre ni un esbozo de biografía personal, tampoco un rasgo de carácter que los distinga de la masa de transeúntes, viajeros de autobuses y conductores de autos que la película presenta, una y otra vez, en clave contemplativa, como una masa impersonal y gris que cumple su rutina diaria de desplazamientos en la metrópolis. Hay algo aquí de la mirada objetiva y cruda con que la cineasta belga Chantal Ackerman quiso y logró abarcar, con brillantez memorable, fragmentos de ese flujo humano diario en las calles y en el interior del metro neoyorkino en su sobrio ensayo visual Noticias de casa ( News from Home, 1977). Ningún diálogo superfluo entorpecía entonces la libre circulación de imágenes, prevalecía la voz en off que refería, epistolarmente, las impresiones de la cineasta, dejando traslucir su estado de ánimo y los vaivenes de sus estímulos y hallazgos visuales. La contemplación en un estado puro, incontaminado.
Algo similar intenta Claudio Zilleruelo al incursionar en un cine minimalista, de ritmo deliberadamente lento, que luego de capturar en imágenes recurrentes la esencia de una metrópoli descontrolada, se concentra en registrar, en paralelo, la rutina de dos amantes quienes, por razones no muy explícitas, viven continuas separaciones y reacomodos afectivos. Sus personalidades no podrían ser más contrastantes. Él (Fernando Pérez Rebeil) languidece el día entero, presa del desgano o la apatía, ya sea tirado en la cama, de pie frente a la ventana de su casa, o detrás del mostrador de la tienda de discos Aquarius en la que trabaja. Difícil discernir qué parte de esa desidia se debe a una frustración amorosa o a un estado crónico de melancolía existencial. Por su parte, Ella (María Lara) lleva una vida independiente, entregada a la música metalera en tanto participante solista de la rugiente banda musical Gholem, cuyo líder (Claudio Zilleruelo) mantiene un apego afectivo con ella. Muy poco más se sabrá del vínculo real que une a los tres personajes, dado que la cinta apuesta en todo momento por la ambigüedad o la indeterminación. Dato significativo o simple ocurrencia del cineasta: los dos protagonistas masculinos comparten el mismo corte de barba trotskista. ¿Una historia de alter egos?
A los atractivos a los que suele recurrir el cine comercial –resortes de acción y de suspenso en tramas reiterativas y previsibles–, la propuesta fílmica de Zilleruelo opone lo desacostumbrado: una narración dislocada, con saltos temporales e interludios oníricos que difuminan la frontera entre lo real y lo imaginario, y cuyo propósito aparente no es contar una historia ni establecer el registro de hechos congruentes (¿cómo inicia o termina un relato de amor, por ejemplo, o qué contexto social determina las acciones de los protagonistas?), sino algo muy distinto: un intento por capturar, en lo posible y con todos sus riesgos, el sentido final de una historia ordinaria a partir, primordialmente, del estado anímico –los gestos o la precariedad de los mismos– de cada personaje. Queda a los espectadores decidir si la apuesta formal del cineasta habrá sido en definitiva exitosa o intrascendente, y si muestra un atisbo de prosperidad en el contexto actual de la producción de cine mexicano. Ciertamente, desde el misterio de su título hasta el hermetismo y osadía de su experimento formal, La rueda conoce mi nombre es muestra elocuente de un cine mexicano de autor a todas luces independiente.
Se exhibe en la sala 7 de la Cineteca Nacional Xoco a las 18 horas.
Deja una respuesta