Ronald Johnson se levanta de la silla y se dirige a sus compañeros de cena. Está rodeado de mariachis y dice lo que pronuncia casi cualquier recién llegado: “¡Gracias a México!“. Suenan los aplausos y los vítores y el nuevo embajador de Estados Unidos en el país pone una mano en el hombro de su anfitrión, Eduardo Verástegui, la cara más famosa de la ultraderecha nacional: ”Mi hermano aquí“, le llama. ”Que Dios los bendiga a todos ustedes”, dice antes de que los comensales aplaudan de nuevo y le den las gracias y vuelvan las canciones. El halcón de Donald Trump ha llegado a México.
Este veterano de la CIA, ex boina verde y amigo de Nayib Bukele, ha recibido este lunes la credencial de su nuevo puesto. Se la ha otorgado la presidenta Claudia Sheinbaum, quien ha recibido este medio día en Palacio Nacional a Ronald Johnson, y a los nuevo embajadores de Colombia (Carlos Fernando García Manosalva), Argelia (Messaoud Mehila), República Dominicana (Juan Bolívar Díaz) y Eslovaquia (Milan Cigán). De los recién nombrados, todos los ojos estaban puestos en Johnson.
Los primeros días del diplomático en México han sido intensos. Casi recién aterrizado fue a visitar junto a su esposa, Alina, la basílica de Guadalupe, al norte de Ciudad de México. “Como personas de fe visitamos a Nuestra Señora de Guadalupe para pedir sabiduría y fuerza en esta responsabilidad en beneficio de ambas naciones”, escribía el diplomático en X. Pasaban las 10 de la noche y la pareja, con banderas de Estados Unidos en la solapa y en el vestido, subían a la red social sus posados con la virgen. Al día siguiente se reunía con el canciller Juan Ramón de la Fuente por la mañana y por la tarde cenaba con Verástegui, en una escena compartida por el ultraderechista en sus redes sociales.

“Querido pueblo de México, muchos saludos”, se ha presentado ya esta tarde oficialmente el nuevo embajador, con un perfil muy distinto a su predecesor Ken Salazar. “Nuestra relación con ustedes, con México, es de gran importancia, no hay otra en el mundo que tenga un mayor impacto. Somos más que socios, somos vecinos y amigos”, ha dicho el diplomático en un video, en el que ha afirmado estar en el país para trabajar junto a la presidenta Sheinbaum “temas de interés como la seguridad, la frontera y la migración”.
La elección de Johnson, sin ninguna experiencia en asuntos económicos, comerciales o financieros, se encuadra en la mano dura que Trump quiere para México. El nuevo embajador forma parte de los cuadros republicanos que no descarta una acción militar contra los carteles en el país. Lo reconoció ante el Congreso estadounidense, en marzo, cuando fue ratificado, donde llegó a decir que aunque hay que buscar primera la cooperación con el Gobierno mexicano, “todas las cartas están sobre la mesa”. Sheinbaum ya en ese momento salió a contradecirlo: “No estamos de acuerdo: eso no está sobre la mesa, ni sobre la silla, ni sobre el piso, ni sobre ningún lado”.
Este lunes, tras el acto simbólico, las palabras del diplomático ya eran otras: “Agradezco a la presidenta Claudia Sheinbaum la plática y su calidez durante la entrega de cartas credenciales”. También ha recordado después “las muchas llamadas” entre ella y Trump que “reflejan la importancia” de la relación y las prioridades compartidas”. En estos cuatro meses del republicano al frente de la Casa Blanca, las tensiones y las crisis entre los dos países han pasado del fentanilo y la migración a los tomates, el agua o el gusano barrenador.
A Johnson le precede su historial militar. Comenzó en las filas del Ejército como enviado a Panamá y con los años se especializó en tareas de inteligencia y operaciones encubiertas. De ahí dio el salto a la CIA, agencia para la que trabajó durante décadas a lo largo de la geografía de la guerra: los Balcanes, Irak, Afganistán, y de vuelta a América Latina como asesor del Mando Sur de la Agencia Central de Inteligencia.
No es la primera vez que Johnson desempeña el papel de hombre fuerte de Trump en el extranjero. Durante el primer mandato del republicano (2016-2020) fue el embajador en El Salvador. El envío del exmilitar fue un símbolo del viraje en la estrategia que el magnate perseguía para el país centroamericano: la Casa Blanca quería mano dura contra las —en aquellos años— todopoderosas pandillas y un mayor control migratorio en una de las naciones en la que históricamente más personas migran a Estados Unidos, además de un mayor marcaje al mandatario salvadoreño, Nayib Bukele, que amagaba con coqueteos comerciales con China.
La elección de un enviado de marcado perfil militar para el cargo era casi inédita y, durante su estancia, Johnson desarrolló una poco ortodoxa relación con Bukele, señalado por su deriva autoritaria y las violaciones a los derechos humanos sistemáticas de su Administración. El ex boina verde, que se dejaba fotografiar comiendo langosta o paseando por un parque con su “amigo”, como él mismo repetía del dirigente, esquivaba con agilidad las acusaciones: El Salvador siguió el ritmo que marcaba Trump y a cambio Washington no quiso mirar demasiado los trapos sucios de su nuevo aliado.
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