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Sam Altman ha conseguido enfadar a otro colectivo más. Su forma de malgastar aceite de Jaén dice mucho de cómo funciona ChatGPT


El CEO de OpenAI se ha prestado a hacer uno de esos vídeos con la intención de convertirse en una figura campechana para acercarse al populacho. Sam Altman cocina frente a las cámaras mientras habla de lo mucho que le gustaba leer Star Trek de pequeño mientras destaca las buenas intenciones de su IA. Sin embargo, parece que hay algo que ChatGPT no ha sido capaz de enseñarle: a no malgastar aceite de Jaén. Es lo más básico de cualquier cocina.

En su reciente entrevista con el Financial Times, el plato de pasta que prepara Sam Altman en su cocina plagada de lujos se ha convertido en el ejemplo más claro de cómo funciona OpenAI. Muestra hasta dónde llega el despilfarro de la compañía detrás de ChatGPT, cómo China ha sido capaz de adelantarles por la derecha y, sobre todo, que no hay que enfadar a los agricultores de Jaén. Menos aún cuando la solución a tu error está a una etiqueta de distancia.

Cómo no ofender a los agricultores de Jaén

Para una cultura con tantos vaivenes culinarios como la de Estados Unidos, capaz de los platos más exquisitos de alta cocina pero también un ejemplo de cómo los ingleses dejaron bien arraigada su muy cuestionable mano a la hora de hacer algo tan básico como un desayuno, que el aceite Graza se haya hecho viral entre los estantes de sus supermercados ha sido una suerte de bendición.

Valiéndose de influencers, la compañía se ha hecho famosa gracias al uso de su aceite Picual, extraído de las aceitunas de una única granja de Jaén. Su publicidad destaca que todo se cosecha, manufactura y empaqueta en esa misma granja antes de enviarlo al otro lado del charco, y los presenta en dos botes distintos con una lección clara en su etiqueta: este es para cocinar, y este otro sirve como aderezo. Si tienes a algún famoso de EEUU entre tus reels que se acerque a algo más que unos macarrones con queso, lo más probable es que lo hayas visto utilizar uno de ellos. Sam Altman usa el que no es.

Desde fuera, uno podría pensar que la razón detrás de que use aceite de aderezo para freír está en que es mejor. Si es más caro, es que es más bueno, que dirían algunos. La verdad es que la etiqueta está ahí por algo, y la diferencia entre aceite para cocinar y aceite para terminar platos es lo más básico de cualquiera que se considere un cocinillas, como en el caso del CEO de OpenAI.

Dejando a un lado la predilección por la variedad Hojiblanca para las terminaciones, la clave para entender por qué un aceite de una misma variedad es para una cosa, y el otro para otra, está en la madurez de las aceitunas. El punto de humeo de las variedades vírgenes, llamados así por haber sido prensadas en frío y sin productos químicos, es menor, así que superadas ciertas temperaturas el aceite empieza a degradarse.

Si quemamos ese aceite, tanto su sabor como sus beneficios empiezan a desaparecer y, de rebote, se desprende una sustancia conocida como acroleína que, además de amargar la comida, puede llegar a ser tóxica. Precisamente por eso la otra botella, la más barata, indica que ese aceite es para cocinar, porque está hecho con aceitunas más maduras y refinadas que ofrece un punto de humo más alto evitando ese riesgo al freír, saltear y hornear.

La cocina de Sam Altman como paralelismo de su función de CEO

Asomarse a la cocina de Sam Altman no sólo demuestra que tiene serios problemas para discernir entre lo caro y lo bueno en el caso del aceite, también le ocurre algo similar con su cafetera de 5.284 euros y una puntuación de 3,2 estrellasen Amazon, y un set de cuchillos que parecen de lo más premium pero bien podría salir de una oferta de AliExpress. Es, a todas luces, el paralelismo perfecto respecto al burn rate de OpenAI y su función como CEO.

Haciendo referencia a la velocidad a la que una empresa “quema dinero” sin tener un flujo de ingresos equivalente, nos hemos acostumbrado a vivir en una época en la que la tecnología se vale del burn rate para crecer con unas pérdidas absolutamente demenciales que se apoyan en la perspectiva que plantea el futuro éxito de esas compañías. Si los inversores siguen metiendo dinero en OpenAI pese a perder 5.000 millones de dólares en 2024, es precisamente con esa intención.

Pero el caso es que las cifras no tienen la menor intención de bajar o estabilizarse pese a que ChatGPT ya es, al menos entre la masa crítica, la IA por excelencia. A día de hoy se calcula que el burn rate de OpenAI quema 2,25 dólares por cada dólar ingresado no sólo por sus costes operativos, sino también por su inversión y proyecciones. Una media de 700.000 euros diarios que, para 2025, se habla de un gasto superior a 28.000 millones de dólares con unas pérdidas de 14.000 millones. Si sigue creciendo al mismo ritmo, se habla de más de 200.000 millones para la próxima década.

Estamos en un punto en el que los costes operativos son tan altos que, incluso cuando uno de sus productos se hace viral, como cuando las imágenes de estilo Studio Ghibli inundaron las redes sociales, la cúpula de Sam Altman y el resto de directivos de OpenAI se ven obligados a limitar ciertas funcionalidades para controlar el gasto mientras buscan mantener un equilibrio que no desincentive el uso de la plataforma. Es evidente que detrás hay una gestión durísima en base a las cartas con las que están jugando. Que decir por favor y gracias a la IA sea un problema, da también buena cuenta de ello.

Sin embargo, la duda frente al paralelismo de cómo Sam Altman quema dinero igual que quema su aceite se hizo evidente cuando China entró en el juego. El modelo DeepSeek, desarrollado aparentemente en menos tiempo, con un coste de entrenamiento muy inferior, y reduciendo hasta un 75% su consumo energético minimizando su huella de carbono y consumo de agua, puso sobre la mesa otro modelo de negocio que parecía chocar con el ostentoso gasto de OpenAI. La sensación que transmite ese escenario desde fuera, después de todo, es que alguien no está mirando bien las etiquetas.

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