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or Juana Inés de la Cruz, una de las cumbres de la literatura universal, falleció víctima de una epidemia, el 17 de abril de 1695 en el convento de San Jerónimo, en la ciudad de México. Después de una vida en la que su genio literario la hizo brillar en Hispanoamérica, sus últimos años fueron los más difíciles.
En noviembre de 1690 se publicó un texto de Sor Juana que provocó un giro en su vida. El obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, le pidió su opinión por escrito de un famoso sermón del jesuita portugués Vieyra, pronunciado 40 años antes. El obispo de Puebla, sin consentimiento de Sor Juana, publicó el texto de la jerónima, con un prólogo de él, bajo el seudónimo de Filotea de la Cruz. En el prólogo alabó la inteligencia de Sor Juana, pero le reprochó escribir sobre cosas mundanas en lugar de consagrarse a las divinas. Esa crítica, de un poderoso clérigo, podía ser leída como advertencia o, peor aún, una amenaza.
El texto de Sor Juana, titulada Carta Atenagórica, es una sólida argumentación teológica que refuta el sermón de Vieyra en su argumento central. Para la monja, la mayor fineza de Cristo, es decir, la mayor demostración de su amor a la humanidad, no era ni la humildad de lavar los pies de sus discípulos ni haber entregado su vida para salvarnos o habernos legado la eucaristía. Para ella, su mayor fineza era no hacer finezas, no hacer favores, sino dejar al género humano a su libre albedrío, con la libertad de ser buenos y lo adoraran sin esperar nada a cambio.
La Carta Atenagórica fue un desafío. Una mujer, monja, se atrevía a refutar con argumentos sólidos a una celebridad eclesiástica con una capacidad retórica, lógica e interpretativa, superior. Fue un escándalo, no sólo por atreverse a argumentar en defensa del libre albedrío, sino por su condición de mujer y de monja. Fue criticada por varios religiosos que elevaron una condena moral a una monja que no era bien vista por los sectores más conservadores de la Iglesia, una monja a la que no habían podido atacar públicamente antes porque era una celebridad protegida por virreyes, virreinas, arzobispos y obispos.
Sintiéndose amenazada, Sor Juana escribió una de sus obras inmortales más original, que es, hasta el día de hoy, uno de los mejores textos en defensa de la libertad de pensar y escribir, y es también, por su condición femenina y la época en que vivió la jerónima, uno de los textos más firmes y bellos jamás escritos acerca del derecho de las mujeres al conocimiento, a la ciencia y a las artes.
Sor Juana tituló a ese escrito Respuesta a Sor Filotea de la Cruz. Al ser una defensa de su vocación de escribir, es también una defensa de su vida y por lo tanto es un texto autobiográfico. Es una de las primeras autobiografías femeninas y es una biografía intelectual, lo que le da un enorme valor histórico. En ella describe cómo entró al claustro y pudo compaginar sus obligaciones conventuales con la continuación de sus estudios.
Ahí describe su vocación por las letras y su curiosidad intelectual de carácter universal: quería develar los secretos del mundo, de la vida, de la mente. Su vocación no era sólo artística, sino científica, semejante a la de las grandes mentes del Renacimiento.
Poseía una sólida y amplia cultura. Tenía avanzados conocimientos sobre literatura, teología, filosofía, ciencias, música, cocina. Lo más asombroso es que esa formación la había hecho sola, sin ayuda de nadie, sin maestros ni condiscípulos, con la única compañía de sus libros y a pesar de las limitaciones de la vida conventual.
Era consciente de ser una celebridad, admirada en la Nueva España y en Hispanoamérica. Pero también era consciente de lo difícil que había sido alcanzar la cima y los obstáculos que había tenido que vencer y que se le seguían presentando.
La condena y el rechazo, la incomprensión y oposición de distintas autoridades eclesiásticas habían llegado al extremo de prohibirle que leyera. Había obedecido, pero su mente era tan observadora e inquisidora que interrogaba todo el tiempo lo que veía a su alrededor y en el interior de ella misma, buscando respuestas, aventurando explicaciones.
Interrogaba y observaba con una curiosidad científica incluso actividades que podían considerarse tan mundanas como cocinar o tan intangibles y tan inaccesibles para la mayoría de las personas como sus propios sueños.
Se disculpó por escribir la Carta Atenagórica, pues la había tenido que hacer no por voluntad, sino por encargo y sin saber que se publicaría. Y defendió también, como no se había hecho antes en la sociedad novohispana y que tardaría mucho tiempo en ser emulada por otras mujeres mexicanas, el derecho de las mujeres a escribir.
La respuesta a Sor Filotea es un texto espléndido, único, valiente, que muestra a la mejor Sor Juana en la plenitud de su vida y de su osadía. Y a pesar de ello, fue su última gran batalla. Sus enemigos poderosos la atacaron y quienes la habían apoyado le dieron la espalda. Sor Juana se sintió cada vez más sola y amenazada. Piensa que quizá ha ido demasiado lejos. Le hace caso a sus censores. Se dedica a la oración, a la caridad. Así transcurrieron los últimos años de esa mujer prodigiosa, única, la mejor de todas.
* Historiador
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