Un arma de doble filo. Así definirían muchas personas a los helados y bebidas frías que nos tomamos en verano. Por un lado, nos ayudan a combatir las asfixiantes temperaturas que se alcanzan en el periodo estival, pero por el otro, el primer sorbo de una bebida fría puede ir acompañado de un dolor tortuoso que dura unos segundos.
Según la organización colegial de dentistas en España, alrededor de 1 de cada 4 adultos españoles tienen un problema de sensibilidad dental, aunque todo apunta que podrían ser más. Y todo comenzó por culpa de un pez prehistórico.
Dientes donde menos te lo esperas
Según una investigación en la prestigiosa revista Nature, que los humanos tengamos sensibilidad dental podría ser una consecuencia evolutiva de un pez que vivió hace 465 millones de años. En aquel período en el que grandes depredadores similares a gambas, escorpiones y cangrejos campaban a sus anchas, las presas desarrollaron nuevos métodos para protegerse. Entre las distintas estrategias, los primeros peces acorazados comenzaron a cubrir sus cuerpos con distintos materiales que les permitían resistir las temibles garras y picos de otras especies.
Entre la multitud de materiales a su alcance, algunos peces empezaron a generar dentina, una sustancia formada por minerales, colágeno, y otras proteínas que le confieren una dureza comparable a la calcita o al cobre (entre 3 y 4 en la escala de Mohs). Ahora bien, en un mundo con tantos depredadores una coraza viene con un hándicap importante: la pérdida de sensibilidad. Si tu coraza te impide sentir que te están atacando, los propios depredadores u otros animales y parásitos pueden aprovecharse de esa circunstancia y desarrollar estrategias para que acabes siendo su próximo festín.
Por tanto, las corazas de dentina necesitan poder trasmitir información del medio, una característica vital que consiguen gracias a los odontoides dérmicos. Dichos órganos tienen una serie de túbulos y canales bajo ellos que les ayudan a detectar variaciones en temperatura, presión y, también, dolor, para así indicarle al organismo que debería huir de esa situación. Esta trasmisión de la información sigue presente en la actualidad, y es lo que, si se dan ciertas circunstancias, puede provocar sensibilidad dental.
¿Por qué tenemos sensibilidad dental?
Durante los siguientes millones de años de evolución, un gran número de animales fueron especializando sus corazas y desarrollando los primeros dientes. Así, en sus mandíbulas, disponían de una sustancia dura con la que poder morder y machacar el alimento antes de engullirlo. Más adelante, algunos de estos animales desarrollaron una capa protectora para la dentina denominada esmalte dental. Esta sustancia, cuya dureza rivaliza con el vidrio que se utiliza en las ventanas (5 en la escala de Mohs) recubre la dentina y la protege para evitar el desgaste con el tiempo. Debido al esmalte, la sensibilidad dental disminuyó considerablemente, y los animales pudieron comenzar a comer alimentos más duros.
Lamentablemente, trascurrido suficiente tiempo o debido a ciertos comportamientos lesivos para el diente, el esmalte puede desgastarse. Una vez desgastado, el esmalte deja al descubierto la dentina, que sigue contando con todos los receptores de calor, presión, temperatura y dolor que en algún momento les sirvió a los peces prehistóricos para sentir el entorno.
Por ello, ante la sensibilidad dental lo mejor es prevenir antes que curar, lo que se consigue con las directrices que hemos escuchado cientos de veces:
- Cepillarse los dientes 3 veces al día durante al menos 2 minutos.
- Usar seda dental o dispositivos interdentales.
- Reducir el riesgo de que nos colonicen las bacterias de las caries reduciendo el consumo de azúcar.
- Evitar las comidas ácidas que puedan atacar químicamente al esmalte.
- Atajar lo antes posible el bruxismo (apretar los dientes).
- Que un profesional nos realice revisiones periódicas.
De este modo reduciremos y podremos controlar el desgaste del esmalte dental, así como evitar la formación de caries, que degradan el esmalte, o la exposición de las raíces de los dientes, que no tienen esta protección por esmalte.
Ahora bien, en el caso de que estemos sufriendo sensibilidad, podemos tratar de reducir sus síntomas utilizando pastas de dientes y ciertas cremas bucales que contienen flúor. De este modo, se puede fortalecer el esmalte, aunque también existen otras intervenciones que puede llevar a cabo el dentista para evitar el dolor.
¿Qué más esconden los peces prehistóricos?
En la investigación, llevada a cabo por la Universidad de Chicago, notaron una singularidad extraña en los fósiles que estaban estudiando. La especie concreta, descrita en 1996 como Anatolepsis, uno de los primeros peces vertebrados, parece que había estado engañando a mucha gente hasta la fecha.
Al realizar una tomografía computarizada con luz de sincrotrón, algo equivalente a unos rayos X, pero mucho más preciso, observaron lo que parecían odontoides dermales y los túbulos que garantizarían la sensibilidad, así como ciertas firmas químicas compatibles con la dentina. De ser cierto lo que estaban detectando, este fósil sería no solo el primer espécimen acorazado con dentina, sino que estarían confirmando que se trataba del primer vertebrado jamás observado. Un hallazgo que haría reescribir el inicio de los libros de paleontología.
Lamentablemente, tras comparar sus resultados con otros fósiles, observaron que lo que habían identificado como odontoides eran mucho más parecidos a otros órganos llamados sensilla, que se encuentran en los cangrejos actuales y que tienen una función similar. Es decir, que lo más probable es que Anatolepsis no fuese el primer vertebrado, sino un artrópodo que engañó a los mejores paleontólogos de los 90.


Durante la investigación, compararon las estructuras fósiles con animales actuales. Esta imagen muestra una tomografía computarizada de la parte delantera de una raya, donde se pueden observar los dentículos duros, similares a dientes, en su piel (resaltados en naranja).
Yara Haridy, la investigadora principal del proyecto, explicó en una entrevista que «Demostramos que algunos de estos fósiles que se consideraban vertebrados primitivos, en realidad no lo eran. Por tanto, no hemos hallado el primer vertebrado, pero sí algo mucho más chulo».
Es decir, respondiendo al titular del artículo, si queremos culpar a algún pez prehistórico de nuestra sensibilidad dental, de momento tenemos que irnos a otro género del mismo periodo denominada Eriptychius, del que sí que se conserva parte de la armadura cartilaginosa con incrustaciones de dentina. Estas incrustaciones que permitían detectar cambios en el entorno siguen cumpliendo su función, lo que para mucha gente significa no poder disfrutar de un refresco bien frío en el calor del verano.
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